Todos hemos sentido ansiedad en numerosas ocasiones. La ansiedad nos bloquea y nos impide comportarnos con normalidad. Pero los niños la viven aún con mucha mayor intensidad porque no han aprendido a manejarla. El aprendizaje de esta emoción necesita especialmente del apoyo de los padres y las madres. Tenemos que enseñarles a reconocerla, a saber manejarla y, con el tiempo, a controlarla. Este aprendizaje es muy lento, pero vale la pena insistir, porque en el futuro les será muy útil.
Candela tiene miedo a fracasar cuando la profesora le pide que lea en alto. Ella cree que todavía no sabe leer y esto la remueve por dentro. Nuestros pensamientos y nuestras emociones están estrechamente relacionados. Si pensamos que no sabemos hacer algo, nuestro cuerpo reproduce esa sensación de malestar. Esto mismo pasa con muchas emociones, con el miedo, la rabia, etc. Por eso es importante que les enseñemos a nuestros hijos la relación que existe entre lo que piensan y lo que sienten, y cómo deben controlar sus pensamientos para que no se disparen en los momentos de ansiedad. Por ejemplo, aportándoles ideas que deben decirse a sí mismos (autoverbalizaciones) cuando se enfrentan a situaciones de ansiedad: «tranquilo, no pasa nada si no sale bien», «si me equivoco, seguro que mamá me ayudará a mejorar», etc.
Es importante que sepamos observar las emociones para poder intervenir. Estamos muy poco acostumbrados a leer el lenguaje no verbal de los hijos, y en muchas ocasiones su cuerpo dice mucho más que sus palabras (los niños no son nada verbales). En el cuento, su madre le pregunta: «¿Te pasa algo, Candela?». Es muy importante estar atentos e intentar que el menor exprese lo que siente y se sienta escuchado.
Cuando Candela se enfrenta al momento más tenso —cuando la profesora pregunta sobre letras que empiecen con la jota—, sufre un momento de descontrol emocional. Todo su cuerpo le está hablando: su corazón palpita más rápido, las ideas se borran de su cabeza, etc. Cada persona tenemos una forma singular de expresar la ansiedad. Es importante reconocerla, el cuerpo nos avisa y debemos aprovechar sus señales. Nuestros hijos e hijas seguro que tienen su manera singular de expresarla. Si les hacemos conscientes de cómo la expresan, les estamos ayudando a manejarla. Esto se logra describiendo lo que ves: «Mira, cuando estás nerviosa tiendes a gritar más», «Ya sabes que cuando te pase esto debes relajarte». Durante el desayuno, la madre de Candela le da pistas sobre cómo bajar su descontrol y cómo relajarse: «cerrar los ojos, respirar hondo y dejar que entrara el aire, que es de color azul, hasta el estómago. Mmmmmm Ffffffffff. Despacito. Y poco a poco el cuerpo se ponía en orden». A nuestros hijos les debemos enseñar algunas estrategias para relajarse. En definitiva, este cuento nos aporta pistas para trabajar la ansiedad en nuestros hijos, enseñándoles a saber reconocer los síntomas físicos que tienen las emociones y trasmitiéndoles estrategias básicas sobre el autocontrol.
La envidia es una emoción muy corriente que hemos sentido todos alguna vez. Al igual que en la mayoría de las emociones, no es fácil identificarla porque se juntan muchos sentimientos contradictorios. Si recordáis, Pablo siente rabia, tristeza y agresividad en distintitos momentos del cuento. Además, es frecuente que hacia la persona envidiada se sienta una mezcla de admiración y odio, por la cualidad que ella tiene y tú no tienes, lo cual la hace aún más difícil de manejar.
Una labor importante de los padres y las madres es enseñar a identificar las emociones, a ponerlas nombre. Dotar a los hijos de vocabulario emocional es imprescindible para que ellos puedan luego reconocerlas. En el cuento, don Federico le pone nombre a lo que siente Pablo y le ayuda a reconocer los síntomas de la envidia.
Don Federico Sal Gorda le ofrece multitud de alternativas para que Pablo canalice positivamente su emoción. Todas las emociones tienen una lectura positiva, ya que todas las emociones cumplen alguna función. En este sentido, si piensas con objetividad en la envidia, te da información sobre lo que tú deseas o sobre lo que tú valoras. Es decir, que si lo que tu hijo envidia es un buen objetivo, ese sentimiento te permitirá ayudarle a buscarlo.
En ocasiones también ocurre que la habilidad envidiada no es un valor encomiable; entonces, tu ayuda consistirá en que tu hijo sea consciente de a dónde le lleva intentar alcanzar ese valor.
En ocasiones también ocurre que la habilidad envidiada no es un valor encomiable; entonces, tu ayuda consistirá en que tu hijo sea consciente de a dónde le lleva intentar alcanzar ese valor.
En conclusión, aportar vocabulario emocional a tus hijos y hacerles conscientes de que las emociones nos aportan información muy valiosa sobre nosotros mismos es una labor importante que podemos llevar a cabo los padres.
Mateo tiene un claro problema de baja autoestima. Como nos dice el cuento en el primer retrato de su protagonista, Mateo sabe muy bien lo que desea «Esa era su gran pasión; jugar como ellos», pero no se atreve a intentarlo porque tiene miedo al fracaso, porque su concepto de sí mismo es malo y está lejos de su «yo» ideal.
La autoestima es la columna vertebral sobre la que se mueve nuestra capacidad para tomar decisiones y de aceptar retos. Cuando un niño tiene baja autoestima, no tiene ganas de poner a prueba sus capacidades. Prefiere no arriesgar porque está convencido de que fracasará.
Mateo tiene la suerte de contar con un buen amigo, Juan Begé, que confía en él más que el propio Mateo. En el cuento, Juan juega el papel que debemos realizar los padres. No le obliga, pero le ayuda suavemente a que se enfrente a su miedo: le acompaña al campo a ver los partidos, le anima y le da buenos consejos «le propuso que se metiera ya de una vez en el equipo del colegio … y le dijo también que dejara de ponerle la oreja a su primita» y, sobre todo, como le quiere y le conoce, le facilita la decisión poniéndole al borde de ella «con la excusa de atajar por el campo de fútbol, consiguió llevarle delante del entrenador».
En el cuento, su prima Esmeralda simboliza lo que Mateo piensa de sí mismo. Ella reproduce públicamente lo que Mateo se repite a sí mismo en su mente «soy malo, soy malo…». Por eso la prima tiene tanta capacidad de hacerle daño. En este sentido, es importante que como padres ayudemos a los hijos a afrontar los sentimientos negativos, ayudándoles a ver lo que tienen de positivo y, como hace su amigo Juan en el relato, orientándoles a que pongan en marcha sus capacidades y sus deseos. Pero para poder hacerlo debemos conocer bien sus capacidades y limitaciones, y sobre este conocimiento, orientarles y motivarles.
Por último, al igual que hace la madre, debemos elogiar y apoyar sus decisiones «Así me gusta, eres un valiente. Iremos todos los sábados a verte jugar. Seguro que lo haces muy bien». Él debe saber que nuestro apoyo es incondicional y que sus fracasos son pasajeros y necesarios. Es el aprendizaje de saber que «no pasa nada», porque todos tenemos fracasos y estos son necesarios para madurar y mejorar.
Afrontando el partido y superando la influencia de Esmeralda, Mateo desafía a sus miedos y así logra superarlos «Desde aquel partido, Mateo sigue entrenando todas las semanas, y cada vez se siente menos malo». Los miedos solo se puedan superar afrontándolos y nuestro trabajo como padres consiste en ayudarles con delicadeza a que lo vayan haciendo. Desde luego, nunca desde la acción directa, porque puede traumatizar al niño o puede crear un rechazo que dificulte aún más su cura, pero sí desde la aproximación paulatina y el apoyo indirecto, tal como hace su amigo Juan y sus padres a lo largo del relato.
Cuidar y reforzar la autoestima de los hijos debe ser una prioridad educativa de los padres, ya que sobre ella construirán su futuro.