La poesía española de la Ilustración cuenta con pocas figuras verdaderamente reseñables. Se puede decir que tras los dos Siglos de Oro (XVI, Renacimiento y XVII, Barroco), la poesía española parece resentirse de una cierta extenuación por la acumulación inopinada de grandísimos poetas de valía universal en tales años. A ello hay que unir dos factores más: por un lado la decadencia política del Imperio, que incluye un cambio de dinastía, de los Austrias a los Borbones, y, por otro lado, que en el siglo de la Ilustración la creación preponderante será la filosofía y el conocimiento científico, lo que supuso que en la lírica sean muy reducidos los autores que aquí antologamos.
La primera parte del siglo XVIII viene a ser en poesía una mera continuación tardía del Barroco, bien del gongorismo, bien del quevedismo , como las de Ignacio de Luzán o Diego Torres Villarroel.
Tenemos que llegar ya al último tercio del siglo para encontrar otros poetas reseñables (Nicolás Fernández Moratín, Juan Meléndez Valdés) que, siguiendo la característica del siglo, hicieron poemas sobre temas científicos, filosóficos, sociales o humanitarios, pero también de sus amores. Aparecen asimismo los fabulistas españoles (Félix María de Samaniego, Tomás de Iriarte) que tratan con sus escritos de mostrar los valores de la racionalidad. A final de siglo se produce un movimiento prerromántico en el que destacaría Nicasio Álvarez de Cienfuegos.
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